La democracia española, en demolición
Santiago
Delgado
Cuando
una mayoría absoluta, pero mínima, se arroga el derecho de acabar con la
democracia, esa mayoría absoluta es ilegítima. Por un solo voto no se puede
asaltar el Estado, haciendo irreversible el paso a la autocracia de esa mayoría
absoluta mínima. Hasta ahora se pensaba que ese paso nunca se iba a dar, porque
se contaba con el honor de quienes están al frente del Estado. Y así, se
pensaba que respetar a la minoría máxima, consensuando con ella la gobernanza desde
el poder, era cosa natural y esperable. Pero cuando el objetivo del bien común
se cambia por el de la permanencia en el poder, sin plazo, de esos mismos que detentan
el poder, la democracia se ha acabado. Los cimientos del estado democrático
están siendo demolidos. Sólo es cuestión de tiempo que el edificio se derrumbe,
y sobre él se levanten los infames tenderetes de la infamia, la pobreza y el
igualitarismo más inane e improductivo.
Si
la pesadilla de la dictadura de la mayoría mínima pasa y termina, asunto cada
día más improbable, habrá que poner ciertos cortafuegos añadidos al poder. Y
los nombramientos de Fiscalía General del Estado, Abogados del Estado, CIS,
Correos, CNMV, CGPJ, Tribunales Supremo y Constitucional, así como otros,
deberán ponerse a salvo de la voluntad del Gobierno, sea el que sea.
El
primer deber de la democracia es la supervivencia. Antes que la gobernanza,
inclusive. Apropiarse del Estado, y, por consiguiente, de los resortes que
pueden propiciar el cambio, es filibusterismo democrático. Si la democracia se
va a pique, legítimo es pedir a quien corresponda el auxilio necesario para
impedirlo. Y si con la democracia y el Estado se va también la unidad
territorial secular, que tanto bien ha hecho a todos los rincones de la nación,
la legitimidad ya no está en el gobierno, por mucho que conforme una mayoría
mínima en el Parlamento. Apropiarse del Estado, construir fronteras internas y
socavar las libertades individuales, que son las únicas que existen, coloca
fuera de la legitimidad a la supuesta legalidad de mayoría mínima con visos de ir
camino de imponer dictadura amparadora de la pobreza.
Incluso
la mayoría, y tanto más la mayoría mínima, tiene unos límites, que están en el
ADN de la democracia. Aunque no estén en la letra de la Constitución. La
democracia no es la enfermedad infantil del Comunismo, como dijo uno de los
principales genocidas del siglo XX. La democracia no tiene más continuidad,
sino en la misma democracia. La democracia a la que se hace derivar en tiranía,
ya no es democracia. Es dictadura.
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