El taquillero catalán




Santiago Delgado

La verdadera causa eficiente del separatismo catalán no es la lengua, ni la supuesta cultura catalana. Esto último no existe. La lengua sí. El catalán es, en principio, un dialecto del conjunto de dialectos que conforman la constelación del provenzal. Pero que luego adquiere forma propia al instalarse al sur de los Pirineos. Tiene autores literarios de primer orden desde el principio, como Joanot Martorell o Ausías March, y actuales como Salvador Spriu. Desgraciadamente aún hay quien piensa que es un dialecto del español o una jerga extranjera, utilizada para molestar. Esta ignorancia, cada vez más reducida, compite en intensidad con la simétrica contraria: la de considerar al español como lengua extranjera impuesta en Cataluña. O como la lengua de los pobres iletrados invasores, charnegos que dicen. Prejuicios que coadyuvan a la falta de entendimiento mutuo. Pero no son la causa.
         Cataluña es como la taquilla del teatro que es España. El taquillero, de tanto ser él quien recibe el dinero, acaba pensando, dolosa y patológicamente, que el dinero es suyo, y, al acabar la función, dice que se va porque tiene sentido de la propiedad del dinero recaudado. Y se indigna porque el elenco protesta. Y, en un gesto de generosidad, ofrece dialogar desde la postura de que el dinero de la recaudación le pertenece.
         La postura de los catalanistas, que no es mayoritaria en la población, pero sí en el Parlamento catalán, no es de origen cultural, racial o lingüístico: es económica. No quiere compartir la riqueza que entre todos creamos, y que tiene su caja de recaudación en Cataluña. También en el País Vasco. Es el resultado de trescientos años de una estructura macrocefálica dual: País Vasco y Cataluña producen (con materia prima y mano de obra española) y el resto de España consume. Resultado: la plusvalía se queda en las citadas regiones hispanas. Y genera el síndrome del taquillero, ya explicado.
         Comentaba el otro día, un empresario olivarero español, que el boicot contra los productos catalanes es contraproducente porque él vende sus olivas a un empresario de pizzas catalán, que a su vez compra la harina en Cuenca y los tomates en Extremadura. Luego manufactura en Cataluña, y se queda la parte del león. Y la mayor parte de la tributación también acaba en suelo catalán. Luego el Estado se lleva parte de ello; pero mucho menos, desde luego de lo que se quedaría el Estado de tener aduanas en la raya de Cataluña. Una raya que nunca fue frontera. Esto es lo que estoy explicando. Por cierto, a ver si alguien aúna ingredientes, y produce pizzas dentro de la España no separatista.
         Hay que racionalizar el mercado español. No podemos seguir con esa bicefalia mastodóntica. Como tampoco podemos seguir con la política andaluza, también extremeña, que consiste en derramar el presupuesto en forma de PER, PAR, PIR, POR o PUR sobre la población adicta, comprando el voto, y adormeciendo a los emprendedores, que sabrían crear riqueza para hacer mucho más autónomas económicamente a esas regiones.
         Por todo lo dicho me parece bien que el realismo de las empresas catalanas prefiera seguir solidariamente adherida a España, que no a una Cataluña, injustamente dirigida por una minoría mesiánica, abocada al desastre económico, y por consiguiente, social y moral.

         Entonces, bienvenido el artículo 155 de la Constitución, que consiste en cerrar la puerta al taquillero, antes de que consiga salir con la recaudación.

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